25 Ene 2022

Pardo Bazán: una escritora para un siglo

De no haber sido por la pandemia y sus consecuencias, el primer centenario del fallecimiento de Emilia Pardo Bazán (1851-1921) habría tenido, con toda seguridad, mucho mayor alcance.

Una figura como la suya merece todo el reconocimiento y la atención, pues pocas mujeres en la historia de nuestro país han llegado tan lejos, superando las dificultades inherentes a su época y, sobre todo, demostrando que el talento no entiende de género, como tampoco de religión, de condición social o de color de piel.

A pesar de su privilegiada cuna (era hija del conde de Pardo Bazán y a ella misma la nombraría condesa, años después, el rey Alfonso XIII), pretendió desde joven ganarse la vida por sus propios medios, y eligió para ello dos actividades en esos tiempos tan “masculinas” como la literatura y el periodismo. Publicó decenas de novelas, cuentos, ensayos y obras de teatro que hicieron de ella, junto a Galdós y Clarín, la más importante escritora española del siglo XIX. Fundó medios de comunicación, como la revista Nuevo Teatro Crítico, y colaboró como articulista y columnista en otros muchos, siendo su firma una de las más cotizadas y mejor pagadas en los diarios no solo nacionales, sino también franceses, ingleses e hispanoamericanos.

A su modo, Pardo Bazán fue, gracias a su tesón y principalmente a su inmensa categoría intelectual, una pionera del feminismo. Pero el suyo sería un feminismo más individualista que colectivo. En 1905 se convirtió en la primera mujer socia del Ateneo de Madrid; en 1916, en la primera que accedía a la cátedra universitaria (en la Universidad Central de Madrid, antecedente de la actual Complutense); y en vano trató en varias ocasiones de ser también la primera en entrar en la Real Academia de la Lengua, pero la cerrazón de varios de sus contemporáneos se lo impidió, pese al elevadísimo, casi incomparable, valor de su obra.

Qué duda cabe, doña Emilia fue una mujer poco convencional, aunque nos equivocaríamos en tildarla de revolucionaria, ya que entre otras cosas respetó siempre valores tan tradicionales como la ortodoxia católica o la conciencia de clase aristocrática. Quizá la mejor manera de recordarla, que sería a la vez un modo de rendirle homenaje, sea leer sus novelas (Los pazos de Ulloa, cuya adaptación teatral acaban de disfrutar nuestros alumnos de cuarto; o La Tribuna, la primera novela europea que tuvo como protagonista a una mujer proletaria), sus relatos cortos (como el espléndido El indulto, una dura crítica a la sistema judicial, La gota de sangre, apasionante para cualquier aficionado a la novela de misterio, o La paloma azul, o La resucitada, o…), incluso sus ensayos, tan amenos como eruditos, en los que igual polemizaba sobre cualquier tema de actualidad que descubría a los lectores españoles la hasta entonces desconocida literatura rusa. Su obra es tan rica y variada que cualquier lector, no importa su edad, encontrará en ella lo que mejor se adecue a su gusto. Y eso es algo, creedme, que no puede decirse de todos los escritores.